De la cuna a la cama
¿Cúando hay que decirle adiós a la cuna?
Los niños crecen a toda velocidad. Casi sin darnos cuenta, la cuna se les va quedando pequeña, y hay que plantearse cambiarlos a la cama. Pero ¿cuándo? Decirle adiós a la cuna y darle la bienvenida a una cama nueva, sin limitaciones de barrotes, es, en principio, un gran momento, un paso más hacia su independencia.
Los dos grandes motores del desarrollo de un niño son la exploración del mundo y su deseo de hacerse mayor. Decirle adiós a la cuna y darle la bienvenida a una cama nueva, sin limitaciones de barrotes, es, en principio, un gran momento, un paso más hacia su independencia. Sin embargo, no a todos les gusta este cambio.
¿Llegó el momento?
No existe ninguna norma preestablecida en cuanto al momento de realizar el cambio. Hay que estar atentos a las pistas que nos dé el niño. La edad no es el único indicador para el cambio. Su grado de desarrollo y su temperamento también influyen en la decisión. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, si el niño es lo suficientemente grande como para estar incómodo en la cuna; si, cuando está de pie en ella, su pecho coincide con la altura de la barra horizontal superior; si tiene la agilidad necesaria para trepar por sí solo por encima de la baranda; si tiene adquiridos unos buenos hábitos de sueño y se queda dormido con facilidad al acostarse; o si le parece atractiva la idea de dormir en una cama, bien porque lo pueda expresar verbalmente o porque le guste estar sobre la cama de los demás... Entonces, está listo para dar el gran paso: ha llegado el momento de dejar la cuna. No obstante, si en la vida del niño se están produciendo cambios importantes, como la retirada de pañales, la llegada de un hermano o la escolarización..., sería conveniente esperar algo más.
El gran protagonista
Una vez que se ha decidido dar el paso, hay que preparar al niño con antelación, haciéndole partícipe del acontecimiento. Para muchos niños, su cuna es su lugar de cobijo y no se les puede desalojar de ella sin más. Primero habría que mentalizarlos: han de ser ellos mismos los que deseen el cambio. Se puede comenzar a hablar de su nueva cama leyéndoles libros sobre el tema o viendo fotos en revistas de decoración. Es importante que se sientan protagonistas, que puedan participar en algunas decisiones. Sería una buena idea que el niño acompañara a los padres a elegir y comprar algún elemento necesario, decorativo para su cuarto. También es primordial distribuir su nueva habitación en función de sus necesidades y sus predilecciones y, a ser posible, realizar los cambios en su presencia, preguntándole su opinión sobre dónde quiere que se guarden sus juguetes. De este modo, cuando el niño entre en su cuarto, lo sentirá suyo y podrá orientarse en él con desenvoltura y encontrar sus muñecos u objetos personales sin dificultad. A algunos padres, les ha dado buen resultado dejar la cuna durante un tiempo en el cuarto del niño para facilitar la transición. Comentan que le proporcionaba seguridad al niño mientras se familiarizaba con su nueva cama.
No siempre es fácil
Quizá se pueda elegir un día especial para realizar el cambio. Si celebramos el gran acontecimiento con una pequeña fiesta, el paso de la cuna a la cama, en vez de un problema, será un momento feliz en el camino del niño hacia su madurez. Pero, a pesar de estar completamente mentalizado y encantado con la idea del cambio, puede ocurrir que, una vez acostado en su nueva cama, le invada una sensación de inseguridad y que se levante a los cinco minutos de haberse acostado, buscando la protección de los padres. Esta reacción está dentro de lo normal, sobre todo en los niños a los que les cuesta adaptarse a los cambios o cuando los pequeños no han participado mucho en los preparativos. Para el niño, la cuna no es un elemento decorativo, es el espacio donde se encontraba seguro. Hay que ser pacientes en el proceso de adaptación.
Todo controlado
Los primeros días, para evitar temores al niño, habrá que cerciorarse de que está cómodo, de que conoce el lugar del interruptor de la luz y de que sabe dónde está su vaso de agua y su objeto de apego (su peluche, su mantita...). Esto le ayudará a sentirse más seguro.
No más cambios
El niño necesita rutinas que le den seguridad, por ello, hay que procurar mantener el ritual de buenas noches al que el niño esté acostumbrado. El agradable cuento, una canción, el cariñoso beso, su incondicional osito... ¡y a dormir! Hay que crear en él un buen hábito desde el principio. No se debe permitir (si es que no lo hacía antes) que se levante y salga de su cuarto continuamente, ni que termine durmiendo la primera noche en la cama de sus padres o en el sofá mientras éstos ven la televisión, porque lo seguirá haciendo. Una vez en su cama, el niño debe permanecer allí. Hay que hacerle entender que es la hora de dormir y que los adultos, cuando duermen, no suelen deambular por las habitaciones de los demás. Se le puede dejar la puerta entreabierta y explicarle que lo podemos escuchar, que no debe tener miedo porque no está solo, que estamos cerca... Es normal que proteste o se levante, pero hay que mantener una actitud firme, porque si no establecemos una norma, cuanto más tiempo pase, más difícil será para él. No obstante, hay que evitar el castigo para que no asocie la cama a algo desagradable y termine rechazándola.
Algunas precauciones
En la cuna, por más vueltas que diera, el niño estaba protegido de golpes y caídas. Ahora, hasta que se acostumbre a los límites de su nueva cama, no estaría de más colocarle alrededor algún tipo de protección. Por ejemplo, situar la cama en una esquina de forma que dos de sus lados estén protegidos por la pared. Los otros lados se pueden resguardar con algún material blando, como almohadas o cojines; o bien sillas o barandillas de seguridad que se pueden encontrar en tiendas especializadas. También es conveniente asegurarse, antes de acostarle, de que no queda ningún juguete u objeto duro en el suelo alrededor de la cama, ya que en el caso de caída podría clavárselo. Si por razones de espacio hay que optar por literas, no es conveniente que el niño utilice la superior antes de los seis años o incluso más tarde si tiene un sueño agitado, por mucha ilusión que le haga, ya que las barandillas de protección no suelen ser suficiente garantía de seguridad.
Virginia González, psicóloga
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