Vacaciones sin papá y mamá... ¿cómo prepararse para la separación?

Sigue estas 5 recomendaciones para preparar la separación de los niños en vacaciones.

Hablar del tema con el niño

Se acerca el día. Lo más frecuente es que vaya a casa de los abuelos, de los primos, de la ma­­drina, de unos amigos íntimos... En definitiva, de alguien muy cercano. Pero, incluso así, se trata de un momento importante del que hay que hablar abiertamente con nuestro viajero o viajera, como aconseja el psicoanalista Joël Clerget: «Hay que insistirle sobre el hecho de que va a vivir algo diferente y de que las cosas no serán como en casa. Pero no conviene ha­­cerlo con demasiada antelación; con unos cuantos días antes es más que suficiente». De este modo, evitamos el riesgo de que la espera genere ansiedad en los niños.

Hacer juntos la maleta

La preparación del equipaje ofrece una opor­­tunidad ideal para hablar con el niño de su inminente estancia fuera de casa y, sobre to­­do, para hacerle partícipe activo: «Saca cinco braguitas del cajón y mételas en la maleta.Yo pongo tu cepillo de dientes en este bolsillo de aquí». ¡Y, por supuesto, no hay que olvidar su peluche favorito!

Orgulloso de prestar la ayuda que le pedimos, el niño estará más receptivo a los consejos que le damos: «Si hace mucho sol, recuérdale al abuelo que se lleve las gorras». Y, una vez lista la maleta o la bolsa, metido en el juego, más de uno bromeará sobre el momento de irse: «¡Adiós, me voy de vacaciones!».

Asumir nuestra inquietud

Seamos sinceros: con frecuencia, el niño está mucho menos inquieto que sus padres, sobre todo si se trata del mayor y es la primera vez que se va sin ellos: «¿Podrán mis padres aten­­derle como en casa? Ellos tienen otras cos­­tum­­bres...» «¿Puedo fiarme al cien por cien de mi hermana?» «¡Le voy a echar tanto de menos...!» «¡Ay, me va a echar tanto de menos...!». Joël Clerget señala a este respecto: «No hay que transmitir al niño estas inquietudes, que son exclusivamente problema de los padres, no de él».Pero, claro, no es nada fácil ocultarlas...

¿Cómo tranquilizarse?

¡Relativizando nuestros principios, que no son los mismos que los de los abu­­elos o los amigos! Por ejemplo, en el tema de la ho­­ra de irse a la cama, de las comidas o de si hay que acabárselo todo o no... Que el am­­biente sea más estricto o más relajado en casa ajena no supone que las cosas vayan a cambiar a la vuelta. Juan, padre de dos niños, les repite: «En casa de la abuela, manda ella. Pe­ro aquí, man­damos mamá y yo». Por otra parte, los anfi­­triones juegan con ven­­taja: se han orga­­nizado para estar disponibles la mayor parte del tiempo para sus invitados. Anabel lo resume así: «¡En casa de los abuelos, cada día es una fies­­ta! Mientras que en casa, hay que seguir la dis­­ciplina del día a día...».

Respecto a las observaciones, salvo para ciertas cuestiones médicas, no hay que hacer una listainterminable, como explica Joël Clerglet: «Si balizamos demasiado el terreno, hacemos que el niño no tenga más que un mundo, un fun­­cionamiento. Y eso le limita a la hora de des­­cubrir a los demás y su mundo».

Comunicarse... sin pasarse

«No llames más por la noche», le pidió un día una abuela a su hija porque, después, se pa­­saba una hora consolando a sus dos nietas.

A veces, la voz de los padres irrumpiendo en el universo de las vacaciones puede desestabili­­zar a los niños. Diana decidió no hablar con su hijo: «Mis padres me cuentan cómo va todo. Así no interrumpo lo que esté haciendo el niño en ese momento y le evito el esfuerzo de re­­to­­marlo después de ha­­blar conmigo». Además, el telé­­fono es un instrumento difícil de contro­­lar con cuatro o cinco años. Y, por otra parte,«saber cómo va todo» es cosa de adultos: el niño no tiene realmente la necesidad de oír la voz de sus padres todos los días.

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